Durante la otoñada las noches se alargan y, sobretodo, se oscurecen y espesan y, emparándose en sus sombras, salen de sus cubiles los seres más diversos, quiméricos y fantásticos, que durante las noches luminosas del buen tiempo pierden poder y permanecen medio escondidos.
Por efecto de esta creencia se temía ir por lugares desiertos y solitarios a horas de oscuridad. Así, las personas miedosas, sobretodo los niños y aún más las mujeres se abstenían de ir solas por zonas despobladas por miedo a que les salga alguno de los seres fantásticos. Procuraban hacer ruido para espantarlos i ahuyentarlos, ya que es creencia muy extendida que el ruido y también la música les son ingratos y los esquivan.
En Ibiza, los geniecillos más conocidos son el barruguet, el fameliar i el follet. De una hierba muy pequeña que nace bajo el puente viejo del río de Santa Eulalia, cogida durante la noche de Sant Juan o de fin de año y metida dentro de una botella negra aparece… el Fameliar, enanito espantoso de boca horrorosa, brazos muy largos y delgados, muy pequeño pero que se infla al salir de la botella. Tiene una fuerza y unos poderes descomunales y, al salir de la botella pide feina o menjar (trabajo o comida). Fameliars y barruguets son personajes muy enraizados en la isla, donde sólo tienen como enemigos algunos pájaros marinos y el viento del Sur que se los puede llevar por los aires.
En el campo viven dentro de los pozos y las cisternas, las cuevas o las norias. En la ciudad de Ibiza lo hacen en las cuevas y tumbas del Puig des Molins (Necrópolis) y también en las murallas del Portal Nou. En las casas, bajo las tejas del tejado, en agujeros de la pared, detrás de la estufa… siempre en lugares recónditos, oscuros o de difícil acceso. En la tradición popular, las rondallas de Joan Castelló o de Antoni Alcover o en los escritos de Isidor Macabich entre otros, se encuentran numerosas y divertidas historias de las malas pasadas que los
barruguets han hecho (y aún hacen) a los sufridos ibicencos.
A pesar de todas sus diabluras, a veces los
barruguets podían ser benévolos e incluso colaborar con los humanos. Por eso los había que intentaban "cazar" uno para "domesticarlo". No era trabajo fácil. Según la tradición, tan sólo podía conseguirse en la noche entre el Jueves y el Viernes Santo y en un lugar concreto de la isla: el Pont de sa Taulera, en la carretera de San Juan. Bajo los arcos del puente, la noche señalada aparecían unos montoncillos de arena muy fina, en forma de círculos concéntricos. Clavando el dedo índice en el centro exacto de uno de estos montoncillos, se cogía un puñado de arena y enseguida se filtraba. Dentro de la mano quedaba una mosca sin alas que hacía unas cosquillas casi insoportables. Si el valiente cazador tenía suficiente firmeza y aguante y superaba esta pequeña tortura, al fin la mosca se convertía en un
barruguet.
La principal "misión" de estos diminutos seres es la de fastidiar y hacer la pascua a los humanos. En especial por la noche, cuando se las apañan para hacer desaparecer los objetos, cambiándolos de sitio, molestando a las mujeres y haciendo, en general, la vida imposible a los habitantes de la vivienda, hasta el extremo de obligarles a abandonarla. Aunque si lo hacían, no era fácil que pudiesen librarse de el, ya que les seguía fuesen donde fuesen. También tienen predilección por las mujeres, a la hora de hacerlas objeto de sus diabluras, y llegan a provocar verrugas en las manos de las costureras. En el lenguaje familiar ibicenco, ha permanecido la expresión "es un barruguet", referida a un nene o nena rebelde o que acostumbra a "hacer de las suyas", o ser muy inquieto i nervioso y tener una gran actividad.
+ INFO: www.ibiza-secrets.com
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