IBIZASFERIO
En una primera lectura, alguien puede sorprenderse de que un islote pelado, muy poco accesible y sólo frecuentado por las cabras, pueda gozar de una consideración tan especial en una isla especialmente llena de encantos y monumentos. Pero el juicio es muy acertado. Porque tiene en cuenta un factor tan a menudo ignorado por gestores y políticos: lo espiritual.
Es Vedrà, visto desde el mar, desde S’Era des Mataret, la Torre del Pirata o Cala d’Hort, es uno de los grandes paisajes sagrados de Ibiza. Lo era en la antigüedad, cuando se construyó frente a él un santuario de época púnica. Tal vez el propio topónimo proceda de una derivación de "Veterus", "viejo". Como Pontevedra viene de "puente viejo". Y esa consideración de lugar especial, cargado de magnetismo, se potenció en los tiempos hippies con los numerosos santuarios entre las rocas que lo contemplan. Pinturas, signos orientales, altarcillos para ofrendas…
Ahora, desde el laicismo más absoluto de una votación de diario, ha vuelto a confirmarse.
¿Por qué?
No es nada nuevo que los paisajes representan estados de ánimo. Lo llevan diciendo los poetas desde que nació la noción de "paisaje" y sobre todo en los tiempos románticos. Es la armonía interior, el conflicto de fuerzas geográficas, la insinuación del horizonte, lo que despierta analogías con el espacio íntimo de la psique. De los recuerdos, los afectos, las inquietudes.
Y cuando alguien descubre un paisaje simbólico se emociona. Porque es como si viese plasmado su mundo interno.
Los lectores del diario lo saben, aunque probablemente no sean conscientes. Y así lo han hecho saber. ¿Por qué no aprenden de ellos los responsables de tantas y tantas obras, urbanizaciones, carreteras y construcciones que han terminado con otros paisajes simbólicos de la isla?
Carlos Garrido
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