ESTACIÓN SA CONILLERA
Y, además de duro y hermoso, es un trabajo importante, porque las referencias que se obtienen en estaciones como la de sa Conillera se suman a la base de datos de un proyecto internacional, el ‘piccole isole’, que estudia las migraciones de los pájaros y que hoy se ha convertido en una herramienta imprescindible para conocer el comportamiento de un gran número de especies y poder, así, trabajar para su supervivencia.
Pasan las diez de la mañana cuando embarcamos en el ‘Yaestáaquí’ (no me invento el nombre del barco), y en el trayecto, Ricard, nuestro monitor, nos ofrece los primeros datos, destinados a hacernos comprender la relevancia de lo que se está haciendo en el islote. Desde 1988 a 1997, por ejemplo, y cuando existían doce estaciones de anillamiento en islotes y nueve en zonas costeras continentales, en las primeras se anillaron 339.333 individuos, mientras que en las segundas se contabilizaron 56.135. Es una diferencia.
Acercándonos al islote ya pueden observarse las cañas clavadas en el suelo que indican dónde están instaladas las redes. Agustín, nuestro anillador anfitrión, nos espera en el embarcadero, a nosotros y la barra de pan y las anillas que Ricard le porta. Agustín, por cierto, está algo emocionado porque quiere enseñarnos un paíño europeo (Hydrobates pelagicus) que ha caído en las redes; es la primera vez que coge uno.
Tras mostrárnoslo y dejarlo en libertad –ya ha anotado sus características y lo ha anillado– nos conduce, por el pequeño camino asfaltado que hay en el islote y por el que los encargados del faro circulan en quad, hasta su estación científica: una mesa bajo una sabina con su libreta de anotaciones, sus herramientas de trabajo y las bolsas de tela en las que transporta las aves, que en ese momento cuelgan de una rama del árbol.
El mosquitero, por cierto, está tranquilo mientras lo identifican, y ni siquiera intenta picotear a Agustín, aunque otros sí lo harán antes de que acabe el día… Hay que saber cuánto pesa y, para ello, el anillador lo coloca cabeza abajo dentro de un tubo y lo deja en la báscula. El animal no se mueve. También hay que conocer su masa corporal, lo que se consigue soplando en el pecho del pájaro para apartar el plumaje. “Ahora es normal que tengan grasa, porque acumulan para las migraciones”, explica Agustín. Lo más complicado es averiguar la edad y el sexo del individuo, y, si bien tanto una cosa como la otra a veces pueden conocerse por el plumaje, lo segundo es “super difícil” si no hay dimorfismo sexual.
Los anilladores también informan de cualquier anomalía que puedan encontrar, aunque no sea conocida a través de los pájaros que caen en las redes y lo sea por simple avistamiento, por ejemplo. Ellos han detectado los desajustes que los cambios en las estaciones provocan en el comportamiento de las aves. De hecho, tras repetir el proceso de identificación con un papamoscas gris (Muscicapa striata) –“esta especie cae bastante en las redes”– y con una abubilla (Upupa epops) que, la pobre, tiene el pico roto, nos vamos a comprobar las 18 redes que hay extendidas por el islote y encontramos en una de ellas un petirrojo (Erithacus rubecula), una especie que ya no debería encontrarse por estos lares. Consecuencias del cambio climático. El animal, además, ya está anillado y podrá comprobarse dónde fue identificado.
El sistema de redes es todo un ejercicio de ingeniería, porque no son simples mallas que se extienden entre unas cañas. Las redes, con un sistema de bolsas, están pensadas para conseguir que el animal quede atrapado pero sin causarle daños, y la extracción es un trabajo laborioso que debe llevarse a cabo con sumo cuidado, sacando primero las patas del pájaro. En ellas, esta mañana, encontramos además otro mosquitero, un colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus), una curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala) y una curruca mosquitera (Sylvia borin). No está siendo un mal día.
Fotos: C.A.T.