AL SUR DEL REALISMO

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Gabriel Torres Chalk en Ibizasferio

La gramática del atardecer se nubla repitiendo la estela del vuelo del dragón que vuelve a la roca vacía para seguir observando a los inmortales. Entonces, decido cambiar de asiento y busco la ventana donde guardo un eclipse. Si lo encuentro, tal vez la transición de luz hacia la sombra me permita un instante fugaz de locura cosida a la micro-arquitectura del sueño.

 

En el horizonte, con Cap d’es Falcó de testigo, unos flamencos deciden remontar el vuelo bajo las nubes reflejadas en un desierto con puertas de espejo, mientras las rocas observan estas sombras del cuerpo en el barro.

Traducido en su lenguaje de vuelo, ahora pican palabras que diseccionan en el reflejo del pantano y el sentido nos afuera y transforma, y en el despertar vislumbra que somos el cuadro de nuestro propio preludio. Sigo viaje en esta palabra desvelada, en este hilo de agua en la silueta del atardecer donde nada es lo que era. El sonido de los guijarros se impone a medida que avanzamos en el sonido opaco que interroga el tiempo y arrastra al universo todo. Las corrientes arrancan los mensajes que fluyen bajo la superficie de los raíles y una voz lejana rescata la melodía que asciende. Los dioses trazan el silencio en las manos de cada guijarro que se estremece en el vientre del horizonte.

Dime, Auden, ¿qué es ese murmullo detrás de las rocas que se han ido mar adentro? Un libro sobre la mesita de noche donde se muestra el rostro asombrado de Apollinaire con los ojos muy abiertos. Unas notas graves de John Coltrane se filtran como ballenas en la memoria de la habitación contigua. Un verso y unas notas musicales y un Matisse también, recogidos en el vuelo del destello del eclipse del ojo que acaba de abrirse en estas manos que intentan deshacer los nudos del palangre.

La gramática del atardecer cubre estos brazos de islas, mientras la memoria muerde el paisaje que discurre río abajo y me acuerdo de la intensa lluvia en los caminos imposibles de Kerala. Es este viaje un retorno acaso, un viaje a la semilla, el rito del pasaje en una renovación del bosque y la nada. Entonces vuelvo a abrir los ojos y Coetze pellizca al siglo XVIII con su sonrisa llena de orillas y relojes de arena. Me dijiste que a los lugares hay que volver.

Me dijiste que a veces el retorno concede sentido al viaje. ¿Qué hace un lobo marino en el interior de un tren percutiendo la cola contra las rocas? El tren se detiene en el andén. La ciudad muestra inquieta su relato con orgullo, como el ciervo que tiembla al estirar del ovillo de su curiosidad.

Unas breves olas distorsionan la imagen y en su variación el chelo de Bach inventa un Aquiles cansado, agarrado al ánfora de su memoria, mientras los delfines se abrazan a la historia de su cuerpo de arcilla roja. En esta pensión en los márgenes de la ciudad te muestra esta hoja con la cabeza de Medusa cuyos ojos ahora te convierten en piedra y alimento. Gotas de lluvia suspendidas en el aire ante las luces de neón al otro lado de la calle. Una hoja se deja llevar por el viento, mientras las nubes empujan perezosas contra el embarcadero que invoca lo iniciático en Angelopoulos.

El que se busca viaja hacia la trama de su abismo. Parece cansada la mirada en la tragedia al pronunciar la palabra y los Balcanes repiten el grito que se escucha en el Templo de Apolo, en los ecos de los silencios de los silencios. Coso la isla de Ibiza al sur del realismo desde la distancia del sueño. Pienso en Foe mientras me lamo las heridas del viaje. Entonces vuelvo a recordar tus palabras, Coetze – ahora es el momento. La gramática del atardecer resucita la elocuencia de los olivos cuyo mensaje resuena en la marisma del pasado. Te perdí Foe, entre los raíles del tiempo. Y dónde puedo encontrar otro ejemplar de tu isla en esta isla – en Amazon.

Por Gabriel Torres Chalk

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